Todo gas que pueda tener un impacto sobre el cambio climático es considerado como nocivo y no debe verterse a la atmósfera. Esta regla básica obliga a los especialistas de la climatización, particularmente formados en esta materia en la obtención de su certificación, a no proceder al llenado de una instalación sin asegurarse anteriormente de su perfecta estanqueidad.
Esto debe traducirse en una observación sistemática y meticulosa del bucle de frío de todo vehículo sospechoso cuando llega al taller sin presión de gas refrigerante medible.
La pérdida de gas
La generación de frío sin mantenimiento es una realidad que puede aplicarse a los refrigeradores domésticos pero que es una ilusión cuando se habla de una instalación de climatización de automóvil. Se sabe hoy que casi todas las climatizaciones pierden fluido frigorígeno y que todas las pérdidas no son a consecuencia de una rotura de tubería o un accidente. El fluido frigorígeno se escapa de las climatizaciones intactas, por el sistema de flexibles y de tuberías, de conexiones atornilladas, de retenes. De manera general, en todos los puntos potencialmente desmontables y que permiten un bucle de frío en un vehículo.
La estanqueidad perfecta es imposible de obtener y la reglamentación limita, con valores muy precisos, las pérdidas permitidas. Estos valores, que sirven de base a las homologaciones de primer equipo de los constructores de automóviles, están fijadas en 40 gramos de fluido frigorígeno por año para un vehículo clásico y a 60 gramos por año para los vehículos grandes con instalaciones provistas de un doble evaporador (SUV, monovolumen grande, limusina…).